Despertar con la cara inflamada, notar que los tobillos están marcados al final del día, sentir que las manos están tensas o descubrir que la ropa ajusta más por la noche que por la mañana no es algo que deba considerarse habitual. Estos cambios suelen ser indicios de retención de líquidos, un signo de que el organismo está acumulando más agua de la que necesita y que su sistema de regulación interna no está funcionando con normalidad. Aunque muchas personas lo justifican con frases como “comí con sal”, “es el clima” o “yo siempre he sido así”, lo cierto es que la hinchazón persistente apunta a un desequilibrio real dentro del cuerpo.
El sistema linfático y la circulación cumplen funciones esenciales: se encargan de movilizar líquidos, transportar nutrientes, eliminar desechos y regular el equilibrio entre el sodio y el agua. Cuando esta red se ve afectada, el líquido empieza a quedar atrapado en los tejidos, originando una sensación de peso, inflamación y molestias que pueden manifestarse en diferentes partes del cuerpo. Algunos signos frecuentes incluyen piernas cansadas, manos rígidas, abdomen más voluminoso, párpados hinchados, además de una sensación general de fatiga que no tiene explicación aparente. A veces también se percibe cierta dificultad al mover las articulaciones debido a la presión que genera el exceso de líquido.