Antes de incorporarse al lenguaje cotidiano, el gesto tenía una dimensión más profunda. En varias tradiciones de Europa del Este, sobre todo en las culturas populares, se consideró un pequeño talismán contra influencias indeseables.
El puño simbolizaba la fuerza interior, y el pulgar doblado representaba una “llave” para preservar la energía positiva. Este símbolo a veces se guardaba en un bolsillo o debajo de un abrigo para infundir valentía, como si hoy lleváramos un amuleto de la suerte.
Nada mágico, simplemente una creencia familiar tranquilizadora, un ritual transmitido de generación en generación.
El lenguaje tácito del patio de la escuela.
En la memoria de muchos, el higo también forma parte de los juegos de la infancia. Una promesa que fingíamos aceptar, un servicio que esquivábamos con delicadeza… y, ¡listo!, un higo a nuestras espaldas, riendo.
Este pequeño y lúdico código permitía bromear con suavidad, poner a prueba los límites o inventar un lenguaje secreto. Las abuelas, por su parte, solían interpretarlo como un consejo amable: «Si alguien te molesta, simplemente dale la espalda y aléjate». Una forma sencilla de aprender sobre límites y humor.
Un gesto discreto que también acompañó tiempos difíciles.
Algunas historias familiares cuentan de personas que guardan este gesto en su bolsillo durante pruebas importantes, como un recordatorio íntimo: “mantén la fe, eres más fuerte de lo que crees”.
No era una señal de desafío, sino un gesto de consuelo, casi meditativo. Una forma de tener a mano un símbolo familiar.
¿Por qué desapareció?
Porque nuestra comunicación se ha digitalizado: decimos “no” con un emoji, enviamos un guiño, un pulgar hacia arriba, un corazón. El higo no ha desaparecido del todo, pero sobrevive principalmente en recuerdos, anécdotas familiares y ciertas tradiciones locales.
Sin embargo, sigue siendo un símbolo encantador: un mensaje silencioso, una negativa amable, un guiño protector. Una forma de expresar lo que las palabras no siempre se atreven a expresar, una discreta tradición popular que aún perdura. Hoy, encarna una antigua memoria gestual que continúa conmoviéndonos con su sencillez.